viernes, 9 de abril de 2010

Para quien quiera practicar en casa...


El texto que sigue a continuación les puede servir para entrar en estado meditativo cuando necesiten una guía.

El tiempo del solsticio, del retorno solar. El tiempo de la oscuridad ha pasado. El tiempo del solsticio trae el triunfo de la luz. Es como el momento del año en el que los días comienzan poco a poco a alargarse. El sol se va instalando con lentitud, entibiando cada vez más la tierra, volviendo a nutrir plantas, animales, vida.Luego de una época de derrumbe llega el tiempo del solsticio, de la vuelta. La fuerte luz que antes fuera expulsada, vuelve a ingresar. Hay movimiento, y este movimiento no es forzado. Entrega. Se trata de un movimiento natural de aparición espontánea. Por eso también resulta enteramente fácil la transformación de lo viejo. Lo viejo es eliminado, se introduce lo nuevo. De la misma manera comenzamos a meditar. Percibimos los apoyos del cuerpo en la superficie del suelo. Vemos, ya no con lo ojos, sino con todo el cuerpo cómo es ese suelo que elegimos. Ese sostén. Le entregamos el peso a la Tierra que nos sostiene. Esa entrega es paulatina, fácil y espontánea. Cada vez que la cabeza quiere llevarnos a otra parte, sencillamente respiramos y recordamos dónde estamos. Recordamos con la memoria de los sentidos. Olfato, tacto, oído, vemos el lugar aún con los ojos cerrados, degustamos el sabor de la contención, el sabor de sentirnos cobijados, recibidos, sostenidos por la tierra, el aire, el cielo.
El retorno tiene su fundamento en el curso de la naturaleza. El movimiento es circular, cíclico. El camino se cierra sobre sí mismo. No hace falta, pues, precipitarse en ningún sentido artificialmente. Todo llega por sí mismo tal como lo requiere el tiempo. Tal es el sentido de Cielo y Tierra. Sucede en nuestro cuerpo lo mismo que sucede ahí afuera, en el mundo. Nos dejamos guiar por esa corriente como si flotáramos en un río de energía. Lo que sucede en la naturaleza nos invita a bailar la danza de los primeros momentos. Reposando, dejamos que la música del retorno vaya bañando el interior de nuestro cuerpo. Esa música es luz. Es la luz que vuelve a entibiar el mundo. Hacemos viajar la calidez por nuestro cuerpo. Así como las plantas se reconfortan con la tibieza del sol, del mismo modo las distintas partes de nuestro cuerpo con ese sonido apenas perceptible, musical, del renacimiento. Esa música también puede ser silencio, puede ser la propia respiración.
El movimiento se halla en sus primeros comienzos. Por eso es necesario fortalecerlo. Tratarlo con protección y delicadeza, para que el retorno conduzca así a la floración.
Reposo, protección, delicadeza. Sabiendo que en el interior de la meditación brota la brizna de un pimpollo que va a ser flor. Esta es la intención. Si bien el momento meditativo es de relajación y descanso, hay un deseo claro y calmo, una esperanza sin exigencias, algo todavía lejano que en esa lejanía apenas puede percibirse. Se percibe, aunque pequeño, porque es claramente distinto al resto de los deseos. Es el deseo de iluminarse, florecer, la máxima expansión de las propias fuerzas. Confianza. El devenir natural de las cosas y los seres. Como si dormidos después de mucho tiempo volviéramos a sentir el beso de la música.



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